domingo, 25 de junio de 2017

Los sueños de mi perro

Un perro es difícil de definir. Lo conoces casi siempre al poco de que éste llega al mundo. Lo ves crecer, lo ves cambiar de forma, lo ves jugando todos los días. Ladra y te recibe con alegría. Cuando tienes un día triste y no encuentras motivo de felicidad, él sí y te lo demuestra. Pone sus patas sobre tu abdomen y ladra. Te hace sonreír.

Recuerdo el mío cuando llegó a mi vida. Él tenía un mes, yo cinco años. Bajé a verlo desde mi cuarto pues tenía el pendiente, se había quedado a dormir solo en el sillón. En la oscuridad lo acompañé hasta que desperté y partí a la escuela. El perro sólo me vio y a su modo, moviendo la cola, se despidió.

Conforme pasaron los años lo vi crecer. Como todas las vidas, tuvo sus buenos y malos momentos. No tuvo hijos, ladró mucho, comió mucho y volvió ese patio de infancia la zona de su dominio. Otros perros se acercaban a la reja y mi perro ladraba. Todavía lo hace, antes de quedarse mirando a  no sé qué en el vacío. Ya es un experto en lo que sea que busque, los años le han dado la sabiduría.

Y con esos días que pasan y pasan le llega lo obvio: la vejez. Su pelaje se vuelve un poco más opaco, su cuerpo un poco más abombado y sus ojos empiezan a ponerse grises. Y como a todos nos pasará, sus huesos ya no son tan fuertes. Ese sillón en el que durmió tanto ya no se alcanza con un brinco, sino con varios que a veces resultan en una derrota que antes lo desterraba a un trapo extendido en el piso.

Eso fue hasta que tuvo su colchón Luuna (él ladra a la luna, así que creo le agradó hasta el nombre). Vi el anuncio en Internet y lo pensé. Mi perro tenía problemas para dormir y el trapo lo hacía pararse en las noches por la incomodidad, yo lo intentaba levantar pero sus axilas y estómago eran más frágiles, a veces le dolían. Con el colchón, reflexioné, mi mascota podía dormir mejor, pues con la edad esa se vuelve su actividad: soñar y soñar mientras ronca al lado del mueble de la tele.

Cuando saqué el paquete de la caja lo instalé en cinco minutos. Esperé a que se dispersara el leve olor de fábrica y llamé a mi mascota. Levanté a mi compañero con cuidado y lo puse encima de su nueva cama. La vio extraña, la palpó con las patas, dio una vuelta de vigilancia estándar y se acomodó. Durmió toda la noche y roncó como nunca.

A la mañana siguiente fuimos a pasear. Cuando volvimos, cansado, caminó a su cama y entró a sus sueños. Así lo hará muchas veces más, espero. Mi hermana llegó y me preguntó quién roncaba. Le apunté a mi perro, soltó una risita y se acercó a él. Le acarició la panza y mi mascota la miró. En esos ojos venía el mensaje “¿Por qué me despertaste?”. El can dio un giro sobre su propio eje y hundió la cara en la suavidad. De ahí no se paró hasta que salió el sol, y yo lo vi, pensando que la compra había sido la mejor decisión.

Y ahora estoy seguro que sí.